Las conductas evitativas
Hoy quiero hablar de un tema que todos vivimos, aunque pocas veces lo nombramos: las conductas evitativas.
Sí, esos hábitos, excusas o distracciones que usamos para escapar de algo que nos incomoda.
Lo interesante es que la evitación no siempre se ve como una “huida”.
A veces sí: “no voy porque me da ansiedad”, “no hablo de esto porque me pone mal”.
Pero otras veces es mucho más silenciosa: revisar el celular cada dos minutos, limpiar de golpe, ponerte a ordenar todo, hacer mil tareas menos la que te genera un nudo en el estómago.
La lógica es simple: evitar nos da alivio inmediato.
Ese alivio es tentador. Es rápido. Es efectivo… pero solo por un rato.
Porque en el largo plazo, la evitación cobra un precio alto:
- Tu confianza baja.
- Tus miedos crecen.
- Tus límites se achican.
- Y tu vida empieza a organizarse alrededor de lo que querés evitar.
Es como si cada vez que evitás, el problema queda un poquito más grande y vos un poquito más chico frente a él.
Y ojo, esto no pasa porque seas débil: pasa porque el cerebro está programado para alejarte de lo que duele. Solo que esa solución automática no siempre te ayuda a vivir mejor.
La realidad es que las conductas evitativas alimentan el miedo.
Y enfrentarlo, aunque incomode, es lo único que lo desinfla.
PROPUESTA
Por eso te propongo algo simple: detectá tu conducta evitativa favorita.
Todos tenemos una. Puede ser la pantalla, la comida, la excusa, el silencio, la sobreocupación, el “no puedo ahora”.
Y una vez que la veas, preguntate:
¿Qué precio estoy pagando por evitar esto?
¿Cómo sería dar un paso chiquito, uno solo, hacia adelante en vez de hacia atrás?
No se trata de dejar de sentir miedo.
Se trata de dejar que el miedo deje de decidir por vos.